Manuel Sañudo
“Todas las
desdichas del hombre derivan del hecho de que no es capaz de estar sentado
tranquilamente, solo, en una habitación”.
Blaise Pascal
La persona en
Oriente está más enfocada en ser, y en el
Occidente en hacer. Como complemento, de ambos enfoques, es interesante conocer las corrientes de
pensamiento que enfatizan la importancia del saber estar.
Para nosotros los occidentales resulta difícil aprender
a ser, pues no entendemos, o no queremos entender, que ser es un preámbulo
indispensable para el bien hacer. La educación formal, la actividad económica,
la cultura empresarial, la sociedad y el resto de nuestro mundo giran ciento
por ciento sobre el hacer, y no sobre el ser. El hacer para tener, lo más que
se pueda tan pronto como sea y sin importar, en muchos casos, lo que se es o lo
que se debe ser como individuo. Y es sorprendente que en las empresas sí se
planteen lo qué quieren ser, antes de hacer, para luego tener, y que con el
individuo occidental promedio no suceda así.
Por el contrario, el oriental trabaja más en el ser
que en el hacer. Aunque la modernidad económica está avivando a los chinos,
hindúes y otros orientales hacia el hacer y el tener: su fortaleza económica habla por sí misma.
Es así, entonces, que el ser y el hacer son extremos
de un desarrollo personal continuado, y que aquél es prerrequisito de éste. En
el medio de esa continuidad se sitúa el saber estar. Aprender a estar es tan importante como el ser y el hacer.
Saber estar es comprender cómo vivir, en el aquí y en el ahora, mientras llegan
los resultados del hacer, de las causas a los efectos.
Surge la interrogante: ¿Qué hacer mientras se
está?... Opino que nada, sino simplemente estar;
en una nada que es el todo en ese momento. El estar es sinónimo de reposar y
existir en estado de contemplación de lo que sucede adentro y alrededor
nuestro. Es fluir con la corriente de la vida disfrutando de lo que ésta nos ofrece.
No obstante, en la cultura de trabajo occidental, repudiamos
terminantemente la postura del sin quehacer; aún y cuando para muchos el quehacer
contemplativo equivalga a estar frente a una televisión transitando canales,
sin mirar ninguno de ellos. El estar se rechaza, pues se le considera como
sinónimo de flojera y apatía.
Recuerdo la imagen de un agricultor que conocí: una
tarde, después de haber supervisado las labores de la jornada, estaba sentado
tranquilamente a la sombra de un árbol. Daba la apariencia de flojedad. No
obstante, por las faenas realizadas en el día, ya no había nada más qué hacer.
Ni modo que él ejerciera presión – con más labores agrícolas – para que las
plantas se apuraran a dar sus frutos. Bien debemos saber que la naturaleza no
se puede violentar. Esa misma sapiencia habría que trasladarla a las actividades
empresariales, educativas y sociales.
El estar, es
estar en los espacios de velada quietud, que hay entre los “vacíos”; aquellos que sigilosamente existen entre las
acciones y sus reacciones, entre las causas y los efectos.
El
autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo:
manuelsanudog@hotmail.com
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