El riesgo mayor está en mí mismo

Manuel Sañudo

En un manual de seguridad de la ONU  leí algunos consejos de medición de los riesgos y prevención de accidentes que tienen aplicación en la toma de decisiones.

La primera advertencia que viene en el instructivo fue la que más me sorprendió, y que textualmente dice: “La clave y la responsabilidad de la propia integridad física están, en primerísima instancia, en uno mismo”. Por lo que hay que estar atento a las señales internas del organismo, la mente y el ánimo personal; al reconocerlas – y bajo esa perspectiva -  hay que medir los riesgos y evitar las dificultades.
“La mejor manera de no tener problemas es evitando entrar en ellos”, dice también el manual. Suena elemental y evidente, pero no lo es… si es que no estamos totalmente conscientes del nivel de eficiencia en que se encuentre nuestro juicio - en un momento dado - y en especial para la toma de decisiones que implican grandes peligros. Veamos en qué nos puede ayudar este valioso consejo en las decisiones de negocios.
En la empresa le damos prioridad al análisis de los factores que nos rodean, y que son ajenos a nuestra persona: los clientes, la economía, la política, la competencia, los cambios culturales, las tendencias de mercado...  además de lo pueda estar ocurriendo, cara adentro, en el negocio. Y rara vez cuestionamos el grado de eficiencia de nuestra capacidad decisoria; la que, queramos o no, tiene una estrecha vinculación con el bienestar o malestar por el que estemos atravesando en la mente, la salud corporal y el estado anímico.
En el citado manual  le dan una alta importancia a lo que sucede en nuestro propio ser. Es algo así como una invitación a realizar un continuo “check up” de nuestra mente, cuerpo y espíritu, para auto detectar las desalineaciones que pudiesen haber – en cada instante de nuestras vidas – y que, en el caso de la toma de decisiones, puedan afectar nuestro buen tino.
Bien decía un director y dueño de una gran empresa: “Es más fácil que por mis decisiones el negocio vaya a la quiebra, que por lo que decidan el resto de los que colaboran conmigo”.
Aceptando como buena la recomendación, y trasladándola al ámbito empresarial, sugiero que:

- Con periodicidad estemos midiendo, preferentemente con el apoyo de un experto, nuestros niveles de stress. Se dice que hay cinco niveles de éste trastorno y, lo peor, que es acumulativo y mortal. Debemos actuar para combatirlo. No hablo de un equilibrado grado de estrés o de la necesaria adrenalina para acometer, con energía e impulso, los retos cotidianos; sino de lo que nos puede llegar a enfermar – e incluso matar –: el stress acumulado y no atendido. Hay que admitir que eso es un hecho científicamente comprobado
- Reconozcamos las propias limitaciones personales. Recuerdo el ejemplo que dice el instructivo: “Si tienes que huir de una agresión, ten en cuenta que no eres James Bond”.
- Sostengamos en alto el buen humor. Una buena dosis de éste hará que nuestra óptica del problema se llene de un poco más de sentido común... y de optimismo. Además del beneficio de transmitir y mandar una señal positiva y tranquilizadora a nuestros colaboradores.
- Tengamos bien claro lo que confiadamente podemos lograr, para evitar frustrarnos por no alcanzar metas irreales. La  frustración es la diferencia entre lo que se espera lograr y lo que verdaderamente se obtiene en la realidad. Mientras ésta diferencia sea mayor, más grande será el nivel de desengaño, depresión y de elementos estresantes que afectarán la calidad de nuestras decisiones.
- Evitemos trasladar nuestras zozobras a los otros, pues eso irá en menoscabo de la efectividad del equipo de trabajo. Se requiere de una gran cantidad de autocontrol y, aún así, nuestras tensiones pueden – como por ósmosis – filtrarse hacia los demás.
- Estemos permanentemente alertas de las situaciones de riesgos empresariales en los que estamos involucrados. Una situación prolongada de peligros puede llegar a adormilar nuestros sistemas de alarma, y hacernos creer que lo natural es el caos y no la normalidad.


“El conocimiento de uno mismo no tiene fin; no se llega a una consecución, no se llega a una conclusión. Es un río infinito”
Krishnamurti

El autor es Consultor en Dirección  de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
D. R. 2004 © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción de este artículo sin el permiso del autor.