El tiempo… ¿Lo cura todo?

Manuel Sañudo

“Con veinte años todos tienen el rostro que Dios les ha dado;  con cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se merecen”
Albert Schweitzer

“El tiempo lo cura todo”, dice el refrán. Opino que no es del todo cierto.

El simple paso del tiempo no necesariamente cura las heridas. Las mitiga, en muchos de los casos; las envía al cajón de los olvidos, pero seguirán ahí. En algún lugar del cuerpo, de la mente o del espíritu.
Si el transcurso del tiempo fuese la solución no habría personas adultas con resentimientos, traumas, angustias y otras aflicciones que, en teoría, están en el pasado. Digo que “en teoría”, pues realmente no están en el ayer. Son aflicciones que están en el presente, en nuestro ser.
Quizás, en la mente racional, digamos “que ya pasó”, “que hemos perdonado u olvidado”; pero es muy seguro, si hay aflicción de por medio, que no haya tal olvido. Que esas emociones estén atoradas en alguna parte del ser, por decisión propia o por no saber cómo deshacernos de ellas.
A veces, no queremos olvidar (perdonar a alguien o a uno mismo) porque creemos, falsamente, que si olvidamos perderemos parte de nuestra identidad. O porque seguimos aferrados a algo o alguien que ya no está con nosotros.
Vuelvo a la carga: si el paso del tiempo fuese la solución, casi no tendrían trabajo los terapeutas, sacerdotes y siquiatras.
¡Claro que el paso del tiempo ayuda!, pero más ayuda que el afligido ponga de su parte. En ocasiones, la persona no quiere olvidar aquello que pasó. He conocido individuos, con más de medio siglo de vida encima, que aún siguen recordando los rencores de la infancia: contra sí mismos, sus padres, hermanos o el profesor que los lastimó.
Increíble, ¿verdad?... Que pasados tantos años aún sigan lamentándose de que su padre o madre no los quisieron. Que por culpa de ellos – a sus cincuenta o sesenta años de vida – son como son.
¡No se vale!, no es justo, ni para uno mismo, ni para los demás, seguir fustigándose con algo que sucedió hace décadas. Ya que se es adulto no es valedero decir que la culpa – de ser como es uno – está afuera de sí mismo. Es inmaduro, irresponsable y auto martirizante.
Para curar las heridas (que son secuelas del pasado) sí resulta ser de ayuda el paso del tiempo; siempre que haya trabajo personal de por medio: procesando las emociones.
Procesar las emociones es removerlas de donde estén – labor de por medio, en soledad o ayudado por alguien. Puede que estén atoradas en la mente, en el alma o en el cuerpo (¿En dónde más…?)
Así que, primero que todo, habrá que explorar esos tres componentes del ser: mente, cuerpo y alma. Ubicar donde se encuentran atascadas las emociones y empezar a procesarlas, a expulsarlas. Pues están enquistadas. De no ser así, el tiempo seguirá su curso y se corre el riesgo de morir con esas aflicciones o a causa de ellas… He ahí la paradoja.
Sugiero que con regularidad escanees esos tres niveles: alma, cuerpo y mente. Ubica las emociones y malestares que impiden que viajes ligero y feliz. Al hacer tu recuento no juzgues, no critiques, y menos a ti mismo. Simplemente enlista esas posibles obstrucciones: miedo, rencor, culpa, achaques o enfermedades, odio, apego, envidia, impaciencia o tristeza. Échalas en un saco imaginario y… ¡tíralo lejos!
El que sufre, podría objetar: - ¡qué fácil es decirlo!
– Bueno -, replicaría yo -  si no es así, entonces… ¿cómo?
El paso del tiempo no garantiza la curación. Lo que sí garantiza es que añadiremos más años a nuestras vidas, y de dudosa calidad si no hacemos algo al respecto.
Actúa y procesa tus calamidades. No te quedes con ellas dentro…

“Se dice que el tiempo es un gran maestro; lo malo es que va matando a sus discípulos”
Hector Berlioz

El autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com  
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