Supongo, luego decido

Manuel Sañudo

“La mayor parte de nuestras opiniones son creadas por las palabras y las fórmulas, mucho más que por la razón”
Gustave Le Bon

Cualquier decisión lleva el riesgo del equívoco. Por ello, antes de decidir cualquier cosa, en los negocios o en la vida, acostumbramos partir - o deberíamos de hacerlo - de un análisis de los hechos: del que llegamos a las conclusiones, que son la base de la solución.

El riesgo de fallar aumenta cuando las conclusiones, y por ende las soluciones, están más del lado de los paradigmas y opiniones que de los hechos objetivos. Así pues, las soluciones son creadas en un ambiente de subjetividad; en el campo de los supuestos sobre lo que podría acontecer en el futuro… Seguimos con la arcaica y persistente ansiedad de adivinar el porvenir.
No hay persona en el mundo que no se haya equivocado nunca. Hay quienes tienen más tino que otras: porque tienen la habilidad de discernir de las opiniones y los hechos – propios y ajenos. De elaborar supuestos más valederos y decidir con más posibilidades de éxito.
Aunque la ciencia nos ha hecho la vida mucho más segura y, sin duda, es uno de los asideros a los que la humanidad tendrá que aferrarse para garantizar su futuro, no deja de ser una actividad humana; y, por lo tanto - por muy exactos que sean sus métodos de trabajo - no está exenta de cometer errores.
Los científicos también se han equivocado; más que nada por basarse en falsos supuestos. Tomemos como muestra la terquedad de Galileo Galilei: para demostrar, ante el Papa Urbano VIII, que la Tierra giraba alrededor del Sol, el sabio florentino escribió una fórmula matemática. Desgraciadamente, utilizó las mareas como base de su argumentación. Sus cálculos señalaban que debía haber una marea alta al día en lugar de dos, pero Galileo se negó a reconocer su error, ridiculizando a aquellos que apuntaban que las mareas estaban, efectivamente, influidas por la Luna. Obviamente, se equivocaba.
O un ejemplo más cercano, y doloroso también: el del ex presidente José López Portillo (mandatario de 1976 a 1982)  quien, ante un excedente de algo así como $100,000 millones de dólares por ingresos petroleros, se lanzó a realizar enormes y cuantiosas obras (con los consabidos endeudamientos y corrupción aparejados) suponiendo que el precio del barril de crudo iba a estar – si no por siempre, por un largo plazo - en los niveles que generaron esa abundancia.
Los precios del hidrocarburo se desplomaron en unos meses y la economía mexicana también: el peso fue tardíamente devaluado en alrededor de un 400%. Y todo por una hipótesis disparatada; amén de otras atrocidades que atizaron el fuego de la devaluación y el desastre financiero; entre estas, la soberbia del presidente. 
Si los especialistas se equivocan, ¿qué podemos esperar de los que no somos expertos ni científicos?... Opino que lo mismo que de ellos: acertar o fallar, según la calidad de los supuestos que utilicemos.
En asuntos cotidianos, e importantes, como el matrimonio o la decisión de una carrera profesional, tomamos decisiones extraídas de nuestras suposiciones; que pueden ser certeras o no. Aquí, el riesgo mayor está en lo impredecible de la conducta humana, además de que en ocasiones queremos creer (suponer, pues) lo que queremos que suceda. Vemos lo que no existe, justificamos lo “acertado” de nuestras hipótesis. Y más tarde, para bien o para mal, racionalizamos el acierto o el error.
Escucha a los expertos, pero no les creas todo. Apóyate más en tu razón y corazón. Ambas inteligencias te serán útiles para mejorar la calidad de tus supuestos, y por secuencia de tus decisiones.
Y si te equivocas, ten la sabiduría, humildad y coraje para rectificar.

 “Si no está en nuestro poder el discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más probables”
René Descartes

Correo: manuelsanudog@hotmail.com
D. R. © Rubén Manuel Sañudo Gastélum.