Enjuiciar desde la propia debilidad

Manuel Sañudo


“Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?”


Santiago 4:12



A menudo hacemos juicios y etiquetamos a las personas y sucesos de tal o cual modo,  usualmente mediante un comentario negativo. Es más fácil, cómodo, e irresponsable, criticar destructivamente, que calificar lo bueno de los demás.


Para una más sana convivencia, entre todos y con todo, lo aconsejable es no enjuiciar para nada. A nadie ni a nada. Y si de cualquier modo vamos a hacerlo, es más nocivo que se haga desde las propias flaquezas, pues lleva una energía negativa que busca descargarse injustamente con el exterior; cuando que el origen del problema está adentro del emisor del veredicto.

Al enjuiciar, generalmente proyectamos la debilidad que nos aguijonea para criticar. Si no fuese así, seguramente elogiaríamos a las personas o incidentes; ya que no sería lógico, congruente, ni conveniente, para el que juzga, reprochar aquello con lo que sí está de acuerdo.

El hombre común es muy dado a hacer dictamen de los demás que le rodean. Todo el tiempo habla, fiscaliza, murmura, califica y enjuicia al prójimo. Muy fácilmente, como severos jueces, desacreditamos a los demás ya que con frecuencia sometemos al juicio personal las diferentes actitudes ajenas: a todos, y a todo, los medimos por nuestras propias impresiones y creencias.

Caso muy usual: criticar a los ricos o famosos. Los más afectos a este entretenimiento calificador son los que, precisamente, carecen de riqueza material o espiritual. Es así que la censura surge de la propia debilidad o flaqueza.

En los negocios se destruyen ideas incipientes por el simple hecho – con ocultas raíces -  de que el destructor tiene miedo de salir de lo establecido o pereza de iniciar algo nuevo.

Se dice que de cada 100 ideas que nacen en las empresas tan sólo un 10% llega a prosperar y lograr resultados positivos. Habría que ver (estadística que no se conoce) cuántas de esas nuevas ideas sucumbieron por un demérito irreflexivo.

Somos seres apegados a costumbres y todo aquél o aquello que se salga de nuestras rígidas y paradigmáticas perspectivas tendemos a rechazarlo, porque no va con nuestro programa mental: el que consideramos como acertado, aunque no nos funcione. Lo que pasa es que nos engañamos creyendo que sí nos funcionan los pensamientos y conocimientos propios, lo que al final de cuentas es lo que vale para cada quien.

El enjuiciar todo y a todos - y, con frecuencia, el juicio va para consigo mismo - aumenta una carga extraordinaria a nuestra mente.

Estar rotulando todo como bueno, malo, correcto o incorrecto, temeroso, valiente, desagradable, holgazán o laborioso, pobre, rico, exitoso o fracasado, simpático, antipático… añade un cargamento mental innecesario y extenuante, para el inquisidor y para el enjuiciado.

Si trabajamos hacia nuestro interior, y logramos librarnos de la carga del juicio, fluiremos hacia una paz interior que pocos experimentan en toda una vida.



“Antes de juzgar a una persona, camina tres lunas en sus mocasines”

Proverbio indio



El autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
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D. R. ©2008. Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción, total o parcial, sin el permiso del autor.