El auténtico poder

Manuel Sañudo



“El deseo de gobernar para obtener una satisfacción egoísta ha sido la maldición del mundo”

Álvaro Mendoza


Cuando escuchamos la palabra "poder"  se nos vienen a la mente múltiples significados del vocablo. Y el que predomina es el que asociamos con un significado despótico y utilitario y, en esencia, desacertado del auténtico poder.

Recurro la definición básica de la palabra, que es “tener la facultad o potencia de hacer una cosa” o “ser posible que suceda una cosa”. El  quid está en cuestionar si esa cosa que sucede, ¿a quién beneficia?

Si la cosa sucede y su beneficio se vierte sobre los legítimos destinatarios del mismo, en principio, podemos afirmar que estamos ante un positivo y genuino uso del poder. Señalo un sencillo ejemplo: si el gerente usa su facultad para alcanzar los fines de la empresa,  éste sería el caso de un ejercicio genuino del poder. Si por el contrario, esa autoridad se emplea para conseguir objetivos personales, ajenos al interés global de la compañía, podemos afirmar que ese no es el verdadero designio del poder, sino un abuso de él.

Despotismos muy parecidos  los vemos en el ámbito de la política nacional; en el que los que detentan el poder, lo hacen para que sucedan cosas que poco tienen que ver con el bienestar de la inmensa mayoría de los mexicanos. Y, lo peor, reciben cuantiosos sueldos y prebendas por su “trabajo”.

La empresa privada no está libre de usos descaminados del poder. Ya sea por omisión, ignorancia, egolatría o falta de solidaridad con el provecho integral del negocio. Aunque, en las sociedades de negocios - si es que existe una alta exigencia con el personal -  la arbitrariedad en el mando puede tener un remedio más inmediato que en el caso de los políticos: el despido del abusivo.

Para que un jefe ejerza verdaderamente su poder deben de darse algunas condiciones como las siguientes:

ü      Ser investido formalmente, por la autoridad suprema, de las facultades teóricas para lograr las cosas. Y digo "teóricas”, puesto que el auténtico poder, de hacer las cosas, proviene de la autoridad – informal - que los colaboradores le otorgan, en los hechos,  a su jefe. Para ser un jefe efectivo, hay que ganarse el puesto... y a la gente que depende de él; pues, sin ésta, difícilmente logrará hacer que sucedan las cosas.

ü      La empresa debe dotar de los recursos necesarios para lograr las cosas: gente, presupuesto, materiales y equipos de trabajo. No es justo, ni eficaz,  que “lo manden a la guerra sin fusil”.

ü      Habilidad del jefe para aliarse. Además de lograr el compromiso y apoyo de sus colaboradores, a un buen hacedor le serán útiles los aliados que aglutine a su favor. Y el principal aliado debe ser su propio jefe. Además de otros jefes de la empresa, miembros de otros departamentos y soportes externos como proveedores, clientes, cámaras, asociaciones...

ü       Estar alerta del resultado para verificar que sea el deseado por la compañía. Si no es así, debe tener la humildad y destreza de modificar el proceso. Lo que requiere de una gran apertura hacia los comentarios y sugerencias de sus colaboradores: que le tengan confianza de señalarle las desviaciones de las metas.

ü       La medición más importante para el que usa el poder, asumiendo que la dirección está en la misma sintonía, es que las cosas que sucedan sean del beneplácito de los clientes. Si el cliente está satisfecho, podemos decir que el poder está siendo bien utilizado.

La confusión se da cuando se pierde  de vista al cliente y se cree que con quien hay que quedar bien es con el propio jefe, con otros jefes, con los colaboradores, con los proveedores, con los amigos, etcétera. Tal sería el caso de nuestros gobernantes que quieren quedar bien con otras personas, menos con la ciudadanía.

¿Porqué y para qué, entonces, tantos dirigentes buscan afanosamente el poder? ¿Aquél poder que no es el auténtico?… Por vanagloria personal, para lograr objetivos particulares, para evitar que otros detenten el poder, por intereses de grupo, y demás explicaciones extraviadas que no tienen nada de que ver con el objetivo común de la empresa, o del país.


Desgraciadamente muy pocos líderes procuran el poder para hacer que sucedan las cosas que conllevan al bienestar de la colectividad… No deberíamos aceptarlos como tales.




El autor es Consultor de Empresas en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@gmail.com 
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