Manuel Sañudo
“Si no le prestases atención a la voz del ego; si no
aceptases sus míseros regalos que no te aportan nada que realmente quieras, y
si escuchases con una mente receptiva, podrías entonces oír la poderosa Voz de
la verdad”
De “Un curso de Milagros”
En mi artículo titulado “El Insidioso Ego” critiqué
duramente al yo. Lo satanicé en extremo, pues lo describí como un ente malévolo
que, si no lo domesticamos, puede producirnos infelicidad.
Ahora, quiero situarlo en un nuevo contenido que
recién aprendí... En aquél texto dije: “Dado que el ego es nuestra
relación con el medio ambiente se erige como el intermediario subjetivo, y
afectado emocionalmente, entre nuestro verdadero ser y la
realidad. Puede , entonces, ser un poderoso aliado o un
sigiloso enemigo”.
Creo que la afirmación sigue siendo válida, pero su
dimensión, en el nuevo enfoque, debemos tomarla con estas acotaciones:
- No podemos vivir sin el ego para la vida actual, a
como está construida por nuestro ego y por el de los demás. Sería ilusorio y
riesgoso.
- Queramos o no es nuestro modo, “bueno” o “malo”, de
relacionarnos con el medio ambiente. Entrecomillo las dos palabras pues la
calificación, de lo que es bueno o malo, la hace precisamente el ego y, por
ello, es subjetiva: depende de quién califique.
- Gran parte de la infelicidad que el ego inventa -
para sí y para terceros - proviene del continuo dictamen que hacemos de las
personas, cosas y sucesos.
En resumen: el yo es un filtro entre nuestro ser y la
realidad que hay afuera. Es una especie de lente a través del cual “vemos” el
exterior. De este vistazo tomamos información que se regresa a la mente, pero
por el embudo del ego que acomoda los datos, los califica y enjuicia. En este
proceso es donde se deforma la verdad.
Con el aprendizaje, podemos darnos cuenta de que es el
ego el que está desfigurando la verdad y arrastrándonos hacia el sufrimiento.
Aunque, con este descubrimiento la primera reacción será enojarnos contra ese
“insidioso ego”.
Efectivamente, es un avance reconocer que el yo es tan sólo una fracción de la mente y
que puede ser traicionero. Sin embargo, el disgusto finalmente sería contra uno
mismo, y volveremos a caer en otro remolino de pesadumbres: el enojo encima de
la infelicidad.
Entonces, este avance no es suficiente, hay que ir más
allá: en vez de mirar al ego con enfado (y como si no fuera parte nuestra)
habrá que verlo compasivamente. Como a un hijo pequeño que no sabe lo que hace
- y en realidad no lo sabe, pues es “insensible”; es decir, que no le preocupa
la pesadumbre que cause mientras ello le dé energía para existir.
Aparte de ser compasivos debemos ampliar la visión.
Como si aumentáramos el zoom de una cámara fotográfica y desapareciera el
filtro obstructor que es el ego. Así, seguramente veríamos muchos nuevos
aspectos de la vida además de los que la perspectiva egocéntrica nos
proporciona.
Al ampliar el zoom, el yo se achicará y lo veremos en su
compasivo y más verdadero espacio: una parte más de lo que somos. Nos habremos
quitado una venda de los ojos, miraremos un panorama más extenso, y el ego
tomará un papel menos dominante y controlador.
“Nada es verdad ni mentira, todo depende del color del
cristal con que se mira”
Amado Nervo
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D. R. ©
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