Manuel
Sañudo
“Haz
lo necesario para lograr tu más ardiente deseo, y acabarás lográndolo”
Ludwig
van Beethoven
El
afán de logro es un anhelo vehemente de lograr lo que se quiere. Quien tiene
esta cualidad no se queda en los anhelos, sino que pasa del pensamiento a la
acción con rapidez.
El Diccionario de la Lengua Española , define la palabra afán como: “Solicitud,
empeño, pretensión, deseo, anhelo vehemente. Prisa, diligencia, premura”.
Así de afanados por lograr sus
deseos, están quienes poseen este don.
Se dice que este afán se trae de nacimiento. Que viene con el ADN.
De nacimiento o no, está claro que
es un motor para hacer que las ideas se conviertan en realidad: característica
común en los exitosos. De aquellos que no se quedan en el terreno de las ideas
y los sueños, sino que son realizadores inflexibles. Según Mc Clelland, un
distinguido psicólogo norteamericano, la necesidad de logro es uno de los
ímpetus más poderosos de la conducta humana.
No obstante, para quien tiene esta
cualidad, una vez alcanzada la meta o deseo, ello ya no le motiva. Entonces, su
naturaleza le hará buscar nuevos retos cada vez más elevados y desafiantes.
¿Es el afán de logro una virtud?
Sí, pero tiene efectos secundarios negativos que hay que evitar. Si la
necesidad de logro es muy alta, la persona tiende a aferrarse a la ejecución de
las acciones; lo cual la lleva a desatender las señales de alerta o peligros
que pudiese haber en una situación.
O a desarrollar una aguda presión
sobre sus colaboradores, que terminará por abrumarlos y desmotivarlos. O a dar
la apariencia de que en la gestión del logro, está dispuesta a sacrificar
lealtades, amistades o consideraciones.
En el corto plazo, a fuerza de
coraje y determinación, un líder orientado fuertemente al logro podría ser muy
exitoso, pero existe un lado oscuro: al orientarse implacablemente en las
tareas y metas un ejecutivo puede, a la larga, perjudicar el desempeño.
Las personas excesivamente
orientadas al logro tienden a dar órdenes e imponer, más que a enseñar y
colaborar, sofocando así a sus subordinados. Acostumbran tomar atajos y olvidan
comunicar la información clave; pueden hacer caso omiso de las inquietudes de
los demás, por lo que el desempeño de sus equipos comenzará a debilitarse.
Una fuerza demasiado intensa en el
logro puede destruir la confianza y quebrantar la moral, reduciendo la
productividad y deteriorando la confianza en el trabajo ejecutivo.
Como ejemplo real tenemos a Jorge;
un colega director de área con el que coincidí en una empresa. Para muchos fue
una muestra típica del excesivo afán de logro, que se orienta a los resultados
sin importar cómo se alcancen. Javier ponía a sus ejecutivos a competir entre
sí, lo que hacía que el espíritu de equipo menguara, se dividieran y entraran
en conflictos interpersonales.
O el caso de Fernando, director de
una importante fábrica. Un tipo muy seguro de sí mismo y orientado a los
resultados. Estaba tan obstinado en su afán de logro que pasaba por encima del
resto del equipo ejecutivo.
Era despectivo, distante y
exigente, y nunca atendía los consejos y sugerencias que le hacían. En menos de
tres años, con la empresa sumida en el caos y amenazas de renuncia de varios
gerentes de su equipo, fue despedido.
Hay que controlar el excesivo afán
de logro: siendo menos coercitivo y más colaborador. Influir en lugar de dar
órdenes. Enfocarse más en las personas y menos en las cifras y resultados. Esto
es fácil de decir, pero difícil de hacer. Ejecutivos experimentados y exitosos,
que deberían tenerlo claro, caen una y otra vez en el excesivo afán de logro.
“No
presiones en exceso al resultado, pues se puede malograr. Todo tiene un tiempo
de maduración y espera”
Katel
El
autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
Facebook: www.entusiastika.blogspot.com
DR.
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