La muerte del personaje


Manuel Sañudo

“La vida es como un cuento relatado por un idiota; un cuento lleno de palabrería y frenesí, que no tiene ningún sentido”
William Shakespeare

Por orden “natural” vamos adquiriendo roles que jugamos en la comunidad en que vivimos. Corremos el peligro de identificarnos tanto con esos personajes, que después no sabremos quién dirige nuestra existencia.

Todos tenemos algunos roles, como si fueran papeles del teatro de la vida, que invariablemente interpretamos: padre, hijo, estudiante, profesionista, empresario, maestro, artista, policía, obrero, burócrata, cónyuge, ama de casa… y así por el estilo. La identidad con el personaje se vuelve tan fuerte que frecuentemente quedamos confundidos.

No somos el personaje, somos mucho más que eso. No obstante, a fuerza de caracterizarlo – en ocasiones sin agrado -  la fusión del hacer con el ser nos engaña y terminamos creyendo que somos lo que hacemos: “soy empresario”, “soy artista”, “soy ama de casa”…    

Esto es falso, pues no somos lo que hacemos. Lo que hacemos es un anexo que las circunstancias - y el ego - nos han llevado a profesar en la vida. De este modo, el papel escénico se funde con el ser. Tan es así que no nos pensamos sin nuestros personajes.

Peor aún: no queremos dejar de ejercerlos aunque su ciclo se haya cerrado. Un  ejemplo clásico es el del gobernante que, una vez que deja el poder, sufre porque extraña al protagonista que actuó en el período para el que fue elegido. Lo mismo sería para los padres que no se preparan para cuando los hijos se van y luego caen en el desconsuelo del síndrome del “nido vacío”. La jubilación es otro caso típico: se ansía llegar a ella para disfrutar del nada que hacer; sin embargo, muchos mueren por el sin quehacer y la nostalgia de los tiempos pasados.

Conocí a un empresario que cayó en un ciclo negativo: el negocio empezó a declinar y él a enfermar. “Como el negocio va mal, no tengo el derecho a estar sano” - le diría su ego. Y no es que tuviera problemas económicos, pues tenía otros bienes e ingresos, sino que se resistía a dejar de ser empresario; cuando que lo sensato era cerrar o achicar el negocio, pasar al rol de finca teniente y vivir de las rentas, tranquilamente y sin agobios, pero mantenía un fuerte apego al personaje, ni siquiera al dinero.

Debemos reconocer cuando ya ha concluido el papel y apurarnos a llenar el vacío, siendo conscientes de que no somos el actor, sino el director de la obra que guía a esos pequeños egos que andan confusos y ensoberbecidos por el mareo del  comediante, su fama y su fortuna; o simplemente inmersos en la personificación de una vida ordinaria.

Si no es así, lo más seguro es que pasemos por la amargura de la pérdida del drama y “vivir” en la añoranza de lo que ya pasó. Debemos alistarnos para iniciar, jugar y terminar - con decoro y a tiempo – con algunos personajes por los que el ego, la vida y los ambientes nos van llevando, pero que van falleciendo de muerte natural.

Más sombrío todavía: ni siquiera nos preparamos para morir, pues el ego  es un sabio protector de  nuestra mente que evita pensar en la mortalidad. Lo que es una bendición, pues sería muy extenuante sentir todos los días el miedo de amanecer sin vida.


“Se nos va una buena parte de la vida disimulando lo que somos y simulando lo que no somos”
Anónimo


Correo: manuelsanudog@gmail.com
D. R. ©  Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor.