Manuel Sañudo
“Cuidado con la tristeza. Es un vicio”
Gustave Flaubert
Frecuentemente, a diario para ser más justos, nos acosa el
malestar y no descubrimos –con la rapidez requerida– el porqué del dolor, hasta
que se nos cuela por el ánimo, la conducta o la enfermedad.
El dolor se
debe a lo que pensamos, de manera negativa, sin darnos cuenta de que nos
lastimará de algún modo. Sé que sonará raro escuchar que un pensamiento puede
originar dolor anímico, desorden conductual o achaques físicos, pues el origen
de las dolencias, por lo general, lo situamos afuera de nosotros. Obvio que
muchos malestares provienen del exterior, ya sea el mal clima, la violencia,
las crisis económicas, los enemigos, un virus infeccioso, etc. Pero –de
entrada- debemos asumir la responsiva del cómo reaccionamos ante los eventos
del medio ambiente. Es decir, de lo que pensamos sobre lo que sucede.
Lo que
pensamos proviene del albedrío, porque así lo quisimos o porque algo afuera
nuestro lo ha detonado. Al pensar, pongamos por ejemplos, en un recuerdo
(culposo, quizás), en un temor (preocupación por el futuro) o hacemos una
suposición de lo exterior (economía, política, familia…) es cuando se pone en
marcha la maquinaria del dolor o del bienestar, pues el pensamiento seguramente
llevará la carga del juicio, de la interpretación. Por ponerlo de un modo
simplista: “¿Es un vaso medio lleno o medio vacío?... Es cuestión de enfoque”.
En
tratándose de enfoque es precisamente lo que marca la diferencia entre un
pensamiento doloroso y uno placentero… ¡Ah!, pero al ego – si no lo controlamos
– le da lo mismo alojarse en pensamientos tristes o gratos, mientras eso le dé
alimento para subsistir. Es increíble cómo nosotros mismos nos hacemos daño al
pensar, repetidamente, sobre cosas que nos duelen. Aclaro que puede haber casos
enfermizos de depresión, quizás por causas de anormalidades en la química
cerebral, deficiencias orgánicas, etcétera, pero son los extremos; lo usual es
que muchos mal vivan en el sufrimiento producto del pensamiento auto
flagelante.
¿Por qué
nos atosigamos y nos ocasionamos dolor?... Quizás por la falta de un
entrenamiento mental o por aprendizajes de otros (mi madre siempre se quejaba,
podría decir más de alguno) o qué sé yo. Lo que es un hecho es que hay dos tipos
de pensamientos: los que causan dolor y los que producen felicidad. Todo, una
vez más, se reduce a lo que pensamos – léase interpretamos – de lo que sucede,
normalmente afuera de sí mismos.
Recordemos
que los bebés, cuyo ego y pensamiento se encuentran muy reducidos, es muy poco
lo que sufren; o su dolor tiene explicaciones muy reales: hambre, sueño,
cólicos. Nada saben aún de lo que sucede al exterior de su pequeño mundo. En la
medida en que vamos creciendo desarrollamos – según sea el entorno y la carga
genética – hábitos de pensamiento que nos llevarán en una dirección que puede
ser positiva o negativa. El reto, ya de adultos, es aprender a pensar en
positivo.
Me expongo
a los críticos que dirán que: ¿Cómo pensar en positivo si el Mundo está de
cabeza? Y los invito a dos reflexiones: el mundo nunca ha estado “bien”, y
tampoco el concepto de lo que es bueno o malo es uniforme, cada quien tendría
su propia interpretación de lo que es “bueno” y lo que es “malo”. Con todo y
que el Mundo esté de cabeza se puede observar mucha gente feliz; pero que
conste que no hablo de guerras, hambrunas, epidemias, homicidios y demás
atrocidades, sino de situaciones de normalidad relativa en las que, con todo,
nos las ingeniamos para provocarnos dolor a través de pensamientos dañinos.
- ¡Pero es
que me costará mucho trabajo cambiar de modos de ser y pensar! – podrías decir.
El mismo trabajo que te ha tomado aprender a producirte dolor es lo que te
tomará aprender a pensar en lo agradable… ¿O no?
“El dolor, si no se convierte en verdugo, es un gran
maestro”
Anónimo
Correo: manuelsanudog@hotmail.com
D. R. © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el
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