Manuel Sañudo
“La ambición tiene sólo una recompensa, un poco de poder y un
poco de fama, una tumba para descansar y un nombre olvidado para siempre”
William Winter
En una
revista leí un artículo titulado “La ambición es buena”. De la lectura me
inquietaron ciertos pensamientos, y no porque – desde el punto de vista de los
negocios – el texto no tuviera aciertos, sino que, para mi ver, dejó de lado la
cara oscura de la pasión. Recordemos que la ambición, por principio, es la “Pasión por conseguir poder, honras, dinero o fama”; y si es
desbordada, seguramente que atentará contra el equilibrio vital.
No es malo ambicionar y desear con firmeza conseguir algo.
Quien no ambicione no logrará metas en la vida. El quid está en el precio a
pagar por obtener ese deseo. A muchos no les importarán los caminos que haya
que recorrer con tal de conseguir sus propósitos. Por el contrario, habrá
quienes comulguen con la frase de Maquiavelo, quien dijo que “El fin justifica los medios”, y significa que los poderes han de estar por encima
de la ética y la moral dominantes para llevar a cabo sus planes. Este
razonamiento, defendido por la doctrina del Bien Superior, se opone
frontalmente a la doctrina cristiana que declara exactamente lo contrario: “El
fin no justifica los medios”.
Ahora bien, esto
es bajo la visión de lo que pueda ser bueno o malo, o ético o inmoral; enfoques
que, como tienen bandos, serán discutibles según quién lo diga. Habrá otros que
señalen que la ética es una sola y no se negocia. Pero, mas que meterme en discusiones
moralistas – no porque no me interesen o no sean importantes – quiero dirigir
la mirada hacia la parte vivencial y del tránsito feliz por este Mundo.
Recordemos la
frase legendaria que se atribuye a los asaltantes: “¡La bolsa o la vida!”,
echando así al asaltado una decisión binaria: o pierdes el dinero o pierdes la
vida (o ambas). Sabemos de personas que pretendiendo defender la bolsa han
perdido la vida. Y ese es el punto capital: ¿qué es más importante?, ¿el dinero
o la vida? ¡Claro que es una pregunta desagradable!, pues todos queremos las
dos cosas; pero, en el momento de escoger, hay quienes prefieren el dinero sin
que necesariamente pierdan la vida biológica. Malogran su vida en ciertas
manifestaciones de ella que no tienen
que ver directamente con el bolsillo: la dignidad, la familia, el disfrute, la
salud, el sueño y otros sostenes de la felicidad vista como un todo; la
abundancia plena, es decir. Sirva de ilustración una fábula china, tal cual la
escuché narrar a un amigo mío.
“En un reino de
China un poderoso hacendado les dijo a sus peones: voy a regalarles gran parte
de las tierras de mis dominios mediante un sencillo concurso.
- ¿Acaso
tendremos que combatir entre nosotros? – preguntó uno de sus súbditos. No –
contestó con calma el terrateniente –, he aquí lo que tienen qué hacer: saldrán
al despuntar el alba y cada uno delimitará el área de tierra que quiere para sí,
caminando en un círculo que iniciará en este punto y terminará aquí mismo al
atardecer, ni un minuto más. Lo que deslinden será suyo siempre y cuando
empiecen a caminar desde aquí, con la salida del Sol, y regresen al mismo lugar
antes de que el astro se meta en la lontananza ¿Está claro? – preguntó. Y se
escuchó un estruendoso y colectivo - ¡Sí señor!
Todos
salieron a marcar los límites de sus tierras. Pero Chang, el más ambicioso del grupo, salió
corriendo como una gacela que huye por su vida. Con rapidez circuló largas
distancias sin parar para descansar, comer o beber agua, pues su avaricia era
lograr la mayor porción de tierra posible… antes de que cayera el Sol. La
mañana fue muy provechosa para sus fines, pues recorrió más perímetro que
nadie; a mediodía – cuando los demás descansaban y comían para reparar sus
energías – él siguió corriendo. Ya por la tarde, el cansancio, la sed y el
hambre empezaron a cobrarle la factura. No obstante, extenuado y con los pies
ampollados, Chang siguió trotando y ganando terreno, aunque a duras penas.
Sabía que tenía que llegar antes del ocaso y constantemente veía la caída del
Sol. Cuando vio que el astro estaba bajando más y más, echó la última carrera
con las fuerzas que le quedaban y, al llegar a la meta, cayó de bruces, muerto
de un ataque al corazón, ante el trono de su señor, segundos antes de que el
Sol lanzara su último rayo. Había ganado la mayor extensión de tierra de entre
todos los participantes.
La gente cayó
en un silencio total, pues Chang estaba con los pies sangrantes, el rostro en
una mueca de dolor… y sin vida. En eso, el hacendado sentenció: - Chang fue
quien demarcó más terreno, ¡casi 10 hectáreas !, sin embargo, como está muerto,
tan sólo le corresponden dos metros cuadrados – Pero señor - dijeron los más cercanos - ¿Por qué tan poco?,
¿si él fue quién más terreno cubrió? El terrateniente contestó: Chang no
necesitará más tierra que esos dos metros de largo por uno de ancho, para que
ahí caven su tumba”.
¿La bolsa o la vida?... Chang perdió las dos al atardecer
de ese día, sin haber disfrutado del paisaje, la caminata y del fruto de su
esfuerzo.
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D. R. © 2012 Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se
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