Manuel Sañudo
“El mayor número de males que sufre el hombre proviene del
hombre mismo”
Plinio el Joven
Desde hace siglos se nos ha dicho que existe el Diablo, y el
Infierno como cárcel de torturas, lo que nos ha causado temor, por no decir que
espanto. De paso, nos han hecho creer que el origen de nuestros malestares y
tentaciones están afuera nuestro; que la culpa está en la maldad de esa
detestable figura, y que en buena medida no somos responsables de nuestros
desordenados pensamientos y conductas.
La
literatura está llena de imágenes e historias del Demonio, Satanás, Lucifer,
Belcebú - o como se le quiera llamar – y de sus tormentosas prisiones. Sin
embargo, muchos afirman que no existe y que jamás se le ha visto. Incluso, rechazan
a quienes dicen que ciertamente lo han mirado, y que algunos hasta le rindan
culto. Es pues, que el haber estado, cara a cara, con ese insólito personaje,
está en tela de juicio.
El Diablo
es un invento del hombre – o de equivocadas y convenencieras interpretaciones de textos antiguos. Hagamos
un simple ejercicio, de responder a estas preguntas: ¿Dios es el Todo?, sí, sí
lo es ¿Dios es bueno?, ¡claro que sí!, ¿Puede el Todo, que es totalmente bueno,
tener partes malas o crearlas?... Para mí, la respuesta es un no rotundo, pues
quienes ocasionamos la maldad, y fantaseamos
con los diablos, somos nosotros; pero, por oscuras razones, a algunos
les conviene que la humanidad imagine que hay un villano favorito, causante de
todos los males, propios y ajenos.
El
verdadero Diablo, en todo caso, está al interior de cada cual, y lo peor es que
ha sido por decisión propia, de su ego. Es el yo, en su parte egocentrista, que se interpone entre el Creador y
nuestro ser verdadero. Recordemos que nuestro verdadero ser está hecho a Su
imagen y semejanza. Entonces, ¿cómo es que, si somos semejantes a Dios, podemos
ser malvados? Infortunadamente es muy fácil: dejando que el ego se rebele ante
Él, ensoberbecido de creer que puede impedir Su voluntad; ese es el verdadero
Demonio, el que nos acompaña de día y nos cobija por la noche. Así, caemos en
el alejamiento, en el hechizo de que estamos separados del Creador.
Dormimos, literalmente,
con el enemigo, con el diablito que está en nuestra mente, que nos mal aconseja,
que nos hace sufrir, y a los demás también. No obstante, sabemos que el ego es
necesario para andar por la vida; pero hay de egos a egos, con multifacéticas
caras según le convenga, aunque algunas de ellas no sean del todo malas. De
modo y manera, que el rostro diabólico del ego es el enemigo primario que hay
que someter.
El ego se
nutre de los juicios, que son su único alimento. Es un ente que existe porque
pensamos, en lo bueno o en lo malo; y lo mismo le da el bien que el mal,
mientras encuentre sustento. Es, entonces, que sin alimento, es decir sin
juicios, ¿podemos desaparecer al ego? No, no es tan sencillo, pues el cerebro y
la mente están diseñados para discurrir y no pueden, así como así, dejar de
pensar. Lo que sí podemos es cambiar los pensamientos, de maldad y sufrimiento, hacia remansos de
bondad y felicidad. Mientras más personas se sumen a la Mente Colectiva, del
bien pensar y actuar, más crecerá una espiral positiva contagiosa, y los buenos
serán más numerosos y fuertes que los malvados.
El
verdadero Demonio está en el Infierno que creamos, y en el sufrimiento por
tantos juicios que hacemos. En últimas, la decisión está en nosotros, no en los
Demonios, tampoco en los Ángeles.
“Las únicas maldades en el mundo son aquellas que anidan en
nuestro propio corazón. Ahí es donde la batalla debe ser librada”
Mohandas Karamchand Gandhi
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