“La certeza nos
da seguridad. Lo inesperado nos hace crecer”
Katel
Por más que
sepamos que el cambio es la única constante, nuestra mente desea estar segura
de lo que sucederá en el futuro, a sabiendas de lo incierto de éste.
La seguridad es una de las necesidades básicas del
hombre. Nos gusta sentirla y dormir tranquilos en la ilusoria creencia de que, al
día siguiente, todo seguirá en el modo
en que lo dejamos, de la forma que nos gusta, y que nos da esa confianza. Trátese
de la económica, la vital, social o familiar. Procuramos estar seguros de que la
vida seguirá por el camino deseado, y que damos por cierto, cuando que lo único
seguro que hay es que moriremos, y ni siquiera sabemos el día que ocurrirá.
Creo que sí es posible – en determinadas
circunstancias – obtener algunos grados de certidumbre, y por consecuencia de
seguridad. Y en cierto modo es conveniente y necesario que el curso de los
asuntos siga un camino conforme a lo planeado, acorde a unas rutinas preestablecidas.
Lo inconveniente de lo preestablecido es que nos
engaña haciéndonos creer que no hay necesidad de renovación, pues el confort de
la rutina brinda seguridad y elimina el deseo de cambio y la iniciativa; reforzado
por el letargo que da la tranquilidad mental por la falsa expectativa de que
nada, de lo bueno que tenemos, sufrirá variante alguna. Así, corremos el riesgo
de dormirnos en los laureles. De matar la creatividad, la que se aviva cuando no hay certeza de lo que
acontecerá.
El que ha aprendido a coexistir con lo inesperado
está siempre alerta y dispuesto al cambio. Disposición que es imprescindible e imperiosa
ante la urgencia con la que se transforma el mundo actual.
Quien no aprenda a vivir con la corriente del
cambio estará sentenciado a morir prematuramente. A quedar fuera del escenario
movedizo de hoy. A ser obsoleto frente a cualquier variable – de las muchas que
hay – que conmueva su zona de bienestar. Ya que su reacción primaria, ante la
mutación, seguramente será la de aferrarse a las rancias rutinas que le han
suministrado porciones de ventura, de éxito relativo y temporal.
La vida es como una carretera inexplorada, en la
que, si acaso, alcanzamos a ver el cercano recodo o la desaparición del camino
en el horizonte. Es prácticamente imposible ver más allá. Lo que obliga, como
conductor del vehículo que transita por la vía ignota, a ir prevenido para las
sorpresas de la travesía y preparado con un buen equipo de traslado. Ágil en
los reflejos de reacción para sostenerse sobre la ruta, al tomar los inesperados
virajes, y superar los obstáculos del sendero.
Hoy se precisa de mejores conductores, copilotos y unidad
de viaje, en caminos altamente impredecibles. En los que el tráfico está
congestionado por carros modernos y talentosos pilotos. Y los que no estén
capacitados se accidentarán en el camino o se saldrán de él.
No es una visión pesimista. Es un mensaje: no todos
los caminos son sabidos, ni tampoco se han construido todos los que habrá en el
futuro mediato. Y que, además, tenemos la opción de buscar avenidas que nos
lleven a puerto sereno, sin que necesariamente sean las más transitados ni
conocidas.
Lo que obliga a tener espíritu de aventura,
creatividad y arrojo. De buscar donde nadie busca. De salirse de los mapas recomendados
por aquellos que se dicen expertos.
“Llevo las
riendas tensas y refrenando el vuelo, porque no es lo que importa llegar solo,
sino con todos y a tiempo”
León Felipe
El
autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
Blog: www.entusiastika.blogspot.mx
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