Manuel Sañudo
Para que las metas
de la Dirección se
cumplan la labor del jefe de un centro de trabajo, junto con la suma de los
demás, es de mayor importancia de lo que - en los hechos
- a veces se les da. He visto casos en los que el jefe no manda. Lo cual
es injusto para él y es ineficaz para la organización. Y, peor aún, el jefe no
manda porque, tan simple y tan absurdo como esto: ¡no se le otorga la facultad
completa para el ejercicio de su mandato!
He aquí un caso que conocí, en el que entrevisté al
gerente de una sucursal, quien me exteriorizó sus inquietudes cuando me dijo:
“hace más de tres meses que mi Director no me visita, y creo que pasarán otros
tres más todavía, hasta que lo pueda ver en persona y decidir – junto con él -
los asuntos que me traen preocupado y con problemas”. A lo que yo le pregunté:
“¿pues que no eres tú el jefe, como para decidir sobre esos asuntos de
personal?”... ¡Claro que soy el jefe!, replicó.
- A ver, le dije, contesta
éstas sencillas preguntas:
- ¿Tu decidiste contratar a ese encargado que
resultó ser problemático?... ¡No!, me contestó.
- ¿Tu tienes la facultad de decidir sobre sus
aumentos e incentivos?... ¡Tampoco!
- ¿Lo puedes dar de baja, sin consultar con nadie
más?... ¡No!, lo tengo que consultar con mi Director y la respuesta ya la
conozco.
- Entonces, discúlpame, pero tú no eres
el jefe de ese encargado. Lo es aquél quien sí puede decidir sobre los
tres asuntos anteriores, es decir tu Director.
El gerente se quedó pensativo y decepcionado. Pues
es obvio que la raíz del problema no está en él. Está en la desconexión – o
falta de delegación eficaz – entre los que dirigen y los que ejecutan.
Si queremos que el jefe ejerza plenamente la
autoridad para cumplir con su tarea, debe de contar con unos recursos
materiales y económicos, con un área física y con una cantidad – y calidad – de
empleados que le ayuden.
Las fallas a las que me refiero – o limitaciones
impuestas por los directores – tienen que ver con lo relativo al adecuado y el
flexible manejo del personal que colabora con el jefe. Me explico:
- La facultad de decidir quiénes serán sus colaboradores. Que éstos no le
sean impuestos por
- El presupuesto y la libertad de decidir sobre los aumentos, premios, e incentivos para recompensar a quienes él juzgue que se lo merecen.
- La autoridad para sancionar, y hasta dar de baja, a los que no quieren o no pueden con el trabajo.
Considero que es bueno – y saludable - que
consulten con la
Dirección o con el Staff de Personal, y
así tener mayores elementos para tomar una decisión de esta trascendencia para
las partes. Pero no voy de acuerdo conque un jefe tenga que tolerar a empleados
altamente negativos – de faltas graves reincidentes – por que la Dirección los
considera “indispensables” y prefiere paliar el fastidio, y con los grandes
peligros que esto entraña, mediante terapias, consejos, apelaciones a la
paciencia del jefe, etcétera. Pues, finalmente, quien carga con el
problema es éste y no los Directores que están, normalmente, a muchísimos
kilómetros de la operación del día a día. Es como si la Dirección actuara
como el avestruz que esconde su cabeza para no ver al enemigo.
¡O se es jefe o no se es! Las “medias tintas”
son como tiros de penalti... pero tirados despacito. Si no se confía en el jefe
– y más con tanta distancia de por medio – lo mejor es no contratarlo. Pues si
se tiene un gerente, con estos graves limítrofes, opino que aplica, para
el Director, el refrán aquél que dice que: “ni pichas, ni cachas, ni
dejas batear”
Tan sencillo como
la regla administrativa de que: “la autoridad se delega y la
responsabilidad se comparte”
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D. R. © Rubén
Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción, total o parcial, sin el
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