La manipulación es un abuso

Manuel Sañudo



“Los hombres se quejan de ‘la injusticia y el abuso’, hasta que son capaces de ganar fuerza. Una vez que este poder está en sus manos, lo usan si es necesario para la comisión de injusticias y abusos”

Henri Becque

Seguido escucho que, de algún modo, todos somos manipuladores, pues todos tratamos de influir en los demás para provecho propio. Es cierto, pues en esencia todos buscamos el beneficio personal primero que todo. Incluso, los que sufren, o que dicen que sufren, porque anteponen el interés ajeno primero que el propio, en el fondo están pensando primero en ellos, pues desean pregonar y hacerse notar como altruistas, o víctimas, o hasta redentores de la humanidad.   

No obstante, al abuso que me refiero, es una forma de manipulación cruda y dura, que se diferencia mucho de lo que podríamos llamar como “manipulación cotidiana”, aquella que hacemos casi todos, casi todos los días. Es pues, que estoy hablando de aquellos que son como profesionales, y despiadados, en ese “arte” de utilizar a los demás.

Para facilitar la idea, conviene partir de una sencilla descripción del acto de manipular, que es la de: “Influir en alguien, en provecho propio o ajeno, valiéndose de métodos poco escrupulosos”.

He aquí otra definición, pero desde el punto de vista del manipulador: “La manipulación es el antiguo arte, ciencia y tecnología de hacer que otros hagan lo que tú quieres que hagan, mientras piensan que es idea propia”.

Nótese el descaro, inserto en ambas descripciones, realzados en letra cursiva, y que ilustran la maldad del manipulador:

* Busca el provecho propio, no el tuyo.
* Utiliza métodos desleales y poco escrupulosos; incluida la violencia física, desde luego.
* Pretende hacerte creer que lo que él quiere lograr es idea tuya.

Es una actuación disfrazada, tortuosa y abusiva del poder que el manipulador tiene; aunque, en la mayoría de las ocasiones, ese poder se lo has concedido tú. Y la podrás ver en cualquier relación humana, donde la parte dominante se impone a otras en virtud de que éstas carecen de control, conciencia y conocimiento sobre las condiciones de la situación en que se encuentran.

Desafortunadamente, muchas veces, no hay manera de que el manipulado pueda entrever preventivamente esas acciones. Tampoco analizarlas, y menos impedirlas; sólo le queda enfrentarlas como hechos consumados, cuando ya ha sido presa de las garras del inescrupuloso manipulador.

La habilidad del manipulador – en las sutiles acciones que realiza  - está en inventar impresiones de la realidad, que esconden las malicias y farsas utilizadas a quienes, por no estar conscientes de tales hipocresías, no pueden desobedecerle. Por eso se dice que todo manipulador es como un hechicero, ya que fabrica en la mente ajena una realidad aparente. Que mucho se apartará de ser la que esperó la víctima, por lo que sufre los engaños inventados por aquél.

Esto no pasa por mero accidente, sino porque el abusador – con toda alevosía - esconde la verdadera intención de sus actos. Su objetivo es que sus prisioneros, reducidos al papel de inocentes y dóciles marionetas, no opongan resistencia ni entrometan sus legítimas necesidades e intereses en la relación.

Si logra sus propósitos, el manipulador no tiene porque acudir al uso directo de la fuerza, ni a la violencia física (lo que no significa que no se utilice) u otros medios notorios de hacer presión. No se ve forzado a persuadir ni convencer. No tiene que apegarse al respeto, la moral y formas normales establecidas para consumar una acción transparente del poder. Es por ello que el manipulador tiene un poder inmediato e insuperable, en comparación a otros modos aceptables de influencia en los demás. No obstante, sus apoyos son débiles, pues dependen de que no se descubran los engaños de que se vale.

Cuando resulta ser descubierto rápidamente pierde su fuerza; dado que los afectados, por lo general, se rebelan con rabia y ardor al conocer la trama del poder y sus alcances. Para luego revertir las consecuencias de su inexperiencia y turbación. Por eso, el manipulador necesita tender hilos de influencia, invisibles a los ojos de sus víctimas, impidiendo, a como dé lugar, la claridad de sus movimientos y reales intenciones.

Cuando el manipulador tiene éxito, refuerza su creencia de que los fines justifican los medios. Pues siente la abusiva urgencia de mantener su poderío sobre  sus víctimas.

La buena noticia es que el manipulado puede liberarse del manipulador, si realmente se lo propone. No es fácil, pero sí es posible, pues para “bailar tango, se ocupan dos personas”… No seas una de ellas.


Manuel Sañudo Gastélum
Coach y Consultor
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