Manuel
Sañudo
“Tan
a destiempo llega el que va demasiado deprisa, como el que se retrasa
demasiado”
William
Shakespeare
Si bien es cierto que la
medición de una vida, hecha de manera maniática y preocupándose a cada momento
por fechas límite para la conclusión de proyectos, que no dependen enteramente
de nuestra voluntad, conducen a la frustración, la verdad es que la justa
valoración del Tiempo y su medida son algo bueno para las personas que saben
usarlo a su favor.
Medir la vida en años es una conducta aprendida,
normalmente de los padres y de los maestros. Los padres miden y comparan lo que
hacen los hijos, con respecto a otros niños, cada mes. No es infrecuente que
presuman que un niño dijo su primera palabra antes de los 20 meses, o que ya
intentaba caminar poco después del año. La vida escolar también enseña los
términos fatales entre entregas de tareas, los fines de los años escolares y la
duración de las vacaciones. Desde muy jóvenes nos enfrentamos a la larga
expectativa para que las cosas sucedan, como la llegada del cumpleaños y la
navidad.
En los tiempos antiguos, cuando el hombre vivía como
cazador y recolector, la paciencia era una virtud muy apreciada; no se podía
adelantar la llegada de los frutos de temporada, ni las migraciones de
animales. La preparación adecuada para sobrellevar el cambio de estaciones era
también una cualidad muy valiosa. La evolución cultural del hombre y la
extensión de su influencia o dominio sobre la naturaleza en los últimos cientos
de años han traído consigo el culto a la inmediatez. La generación nacida
después de la revolución de la informática ha perdido muchas de las cualidades
que sólo se aprenden con el desarrollo de la paciencia, y con ello, mucho de la
sabiduría y de la filosofía de vida de las generaciones anteriores.
Es por eso que hay que rescatar un poco la concepción del
Tiempo de nuestros ancestros, quienes sabían que a veces no es la meta lo más
importante, sino el camino. Aprender y comprender cómo se inician y se terminan
los ciclos de la vida, qué es lo que se debe aprender en cada uno y cómo se
debe aplicar lo aprendido en las etapas posteriores; eso es madurar, y lo que
estamos viviendo en esta época es el resultado de una formación emocional
deficiente, producto de una educación enfocada en producir resultados sin
enfocarse en las habilidades que deberían aprender los alumnos para llegar a
esos resultados, siendo que esas habilidades son lo que, en el fondo y de
principio, significa la palabra “educación”.
Las últimas generaciones aprenden lo que es el sexo antes
de aprender lo que es el cariño; están expuestas a materiales explícitos antes
de haber dado un cándido, significativo e inolvidable primer beso; aprenden a
usar la tecnología sin haber comprendido lo que es la naturaleza, y pierden el
sentido de maravilla ante lo que significa el milagro de la existencia de cada
cosa en el Universo; esto debido en gran medida a haber sido inundados por
toneladas de datos duros, sin procesar, que vienen de las frías y, en su
mayoría, poco didácticas páginas de la internet. No es sorpresa entonces que
los jóvenes queden, al llegar a la adultez, confundidos, inmaduros e
insatisfechos.
Es entonces necesario, desde una edad temprana,
comprender que la cultura de la competencia crea ilusiones de éxito que no
significan nada en realidad; que es importante detenerse en el camino para oler
las rosas y que, muy a menudo, es más importante desarrollar una vida interior
rica que empeñarse en llegar a la siguiente etapa antes que los demás
“competidores”, aunque eso les parezca a los impacientes una “pérdida de
tiempo”.
La frase dice “un lugar para cada cosa y cada cosa en su
lugar”, lo que también significa “un tiempo para cada cosa y cada cosa a su
tiempo”; lo que se puede ejemplificar con el conocido caso de la maduración de
la planta del bambú japonés, el cual no parece crecer ni un centímetro durante
los primeros siete años de su vida, pero que, al llegar el momento, crece más
de diez metros en menos de dos meses, ya que pasó sus primeros años
construyendo el intrincado sistema de raíces profundas que le permitieran
crecer de esa manera y vivir por muchísimos años en el futuro.
Es así, que la actitud positiva, frente al tiempo, es la
de tomarse el tiempo que sea necesario para hacer las cosas bien; para aprender
de la manera correcta lo que nos conducirá a hacer lo que realmente queremos, y
a ser las personas en las que nos queremos convertir y, lo más importante, para
disfrutar de cada paso en el camino.
*Tomado
del libro “El Tiempo es un Tramposo”, de Rubén Manuel Sañudo Gastélum
Manuel Sañudo
Gastélum
Coach y Consultor
Sitio:
www.manuelsanudocoach.com.mx
Correo:
manuelsanudog@hotmail.com
DR © 2015 Rubén
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