Manuel
Sañudo
“Los
planes son solamente buenas intenciones, a menos que resulten inmediatamente en
trabajo duro”
Peter
F. Drucker
Se ha vuelto costumbre, en la
práctica empresarial, y en la vida ordinaria
incluso, hacer un primer plan, para un objetivo cualquiera, e inmediatamente
pensar en un segundo plan, por si llegase a fallar el primero. Estamos frente a
los conocidos planes “A” y “B”.
¿Pero para qué un plan B, si no hemos
probado el A? ¿Es que no confiamos en este plan? Supongo que ha de ser por el
miedo, que siempre nos acompaña en cualquier emprendimiento; miedo que se
traduce en desconfianza y en la pretensión de garantizar el éxito con un
segundo plan, pero de contingencia, que ha nacido del pesimismo, de la duda, del
temor, y del deseo de controlarlo todo. Sin embargo, bajo este razonamiento,
tendríamos que pensar en planes B, C, D, y así sucesivamente en una repetida cadena
de planes sin acciones aterrizadas. Corremos el riesgo de quedarnos en el
terreno de las buenas intenciones, con planes estériles… “Hechos son amores y
no buenas razones”, reza el refrán.
No pretendo menguar las
bondades de la planeación, y más que ha sido materia de estudio personal y motivo
de muchas cátedras impartidas; pero consideremos, que si pensamos en el plan B,
muy probablemente nos distraeremos de la puesta en marcha del plan A. Primero hay
que probar en su totalidad el A. Incluso es sano hacer pruebas, en escala
reducida, y las adecuaciones vendrán como consecuencia, que se vaciarán en un plan
A1, es decir una nueva versión del A original.
Parece un juego de palabras, pero lo
que quiero enfatizar es que no debemos distraernos pensando en el B - y en el
fondo adelantándose a una posible derrota -, pues se puede perder el fruto
óptimo de lo que hubiera sido el plan A, aplicado con rigor, sobre todo por el
“timing” de la oportunidad que va pasando por enfrente.
Todavía más, si desistimos del plan
A, ante el primer tropiezo, el plan B puede convertirse en una prematura huida
del plan original, y con ello la pérdida de rumbo y de la oportunidad
visualizada. El plan B puede ser como un “control de daños”, pero también como una
tempranera rendición del propósito inicial; a menos que el B sea una variante o
un segundo paso del mismo A, lo que de vuelta nos remite al enunciado, de
párrafos arriba, en donde cité al plan A1.
Enfoquémonos, primero que todo, en el
plan A, probemos en pequeña escala, apliquémoslo con ímpetu para que se logre
la intensidad deseada, y que broten las imperfecciones. Aprendamos de los
errores y desviaciones, y vuelta a empezar en el plan, afinando lo que haya que
afinar. Seamos flexibles y evitemos ser esclavos de nuestros propios planes,
por más bien hechos que estén.
Se ha dicho que “La oportunidad va
primero que el objetivo” Es decir que nuestro plan A, por más bueno que luzca para
alcanzar un propósito, si aparece una mejor oportunidad (objetivo) olvidémonos
del A y luego tendremos que hacer un B, pero para diferente
oportunidad-objetivo. Lo que, siguiendo con el “juego de palabras”, ese B en
realidad es un A, pero para un objetivo diferente.
Desde luego que es recomendable
planear, si bien más de alguno no lo haya pensado así. Tal fue el caso de John
Lennon quien escribió, en una estrofa de su famosa canción “Beautiful Boy”,
creada en el año de 1980, que “La vida es lo que te pasa, mientras estás
ocupado haciendo otros planes”. Es evidente, que él no imaginaba, que en ese
mismo año, en un día ocho de diciembre, sería asesinado en la entrada del
edificio donde residía. ¡Qué ironía! Lennon acababa de regresar del estudio de
grabación, acompañado de su esposa Yoko Ono.
“Si
quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”
Refrán
popular
Manuel Sañudo Gastélum
Coach y Consultor
manuel@entusiastika.com
DR © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la
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