Manuel Sañudo
“La paz es el mayor
enemigo del ego porque, de acuerdo con su
interpretación de la realidad, la guerra es la garantía de su propia
supervivencia. El ego se hace más fuerte en la lucha”
UCDM
Recién
leí una noticia que decía: - “Cody, el niño milagro que sobrevivió a la
masacre…” - Confieso que estuve varios días dudando sobre si escribir o no sobre
el tema, y luego recordé muchísimas anécdotas fraseadas de manera similar - “Se
estrelló en su auto, su cuerpo se hizo pedazos y de milagro vive. Está en
terapia intensiva” - “Lo asaltaron, le quitaron su dinero, su auto, lo dejaron
tirado en la carretera y regresó con vida a su casa ¡fue un milagro!” - “Soltaron
al malhechor
para evitar más muertes”
(¿otro milagro?), y así muchas más por el estilo, que me retumban en la mente.
Frases como esas me remueven, pues creo que estamos tan anestesiados
por los malestares, los accidentes, la ilegalidad, las matanzas, la corrupción y cuanta locura estamos
viviendo, hoy más que antes, que hemos perdido la capacidad de asombro. Además,
tenemos diferentes concepciones
sobre lo que es un milagro, muchas de ellas contradictorias entre sí, y muy desacertadas para mi ver.
No, no pretendo arremeter contra los paradigmas sociales o religiosos –,
pues la palabra milagro la asociamos principalmente con la religión. No
obstante, deseo invitarlos a ver otra cara de la moneda, y para ello tomé una
definición de la palabra, que dice: “Un milagro es un suceso o cosa rara,
extraordinaria y maravillosa”. También, es de llamar la atención que el
antónimo, el opuesto
de milagro sea “normalidad”, que es tanto como decir que un milagro no es lo
normal.
Me pregunto, entonces, ¿está “bien” que
maten a tres mujeres, a seis niños, hieran a otros cinco, y el milagro es que
sobrevivan los heridos? ¿No sería un verdadero milagro que no se hubiese
cometido esa masacre? ¿No sería más extraordinario y maravilloso que no hubiera
habido esa matanza, y hubiese sido un viaje normal en familia?
¡Estamos pensando al revés!, y por
lo tanto creemos que lo habitual debe ser el caos y no la normalidad. El
milagro, en este sentido, sería que la vida se desarrollase en total bienestar
y armonía, sin guerras, ni
pleitos o rencillas, ni cuanto acto negativo nos lacera y nos desune.
Tampoco quiero pecar de ingenuo y
soslayar que esa ha sido la historia de la humanidad – y también de la mía, de la
tuya, de la nuestra –, por lo que traigo a cuento que en algún texto escribí
que somos adictos al drama. Sí, como humanidad entera el drama ha reinado en el
mundo desde siempre. Tal parece que nos empeñamos en vivir en problemas y luego
pasarnos el tiempo en una interminable lucha para salir de ellos. En una cadena
sinfín de problemas, soluciones, nuevos problemas, nuevas soluciones. Sería
mejor seguir el consejo popular que dice: “En
vez de andar resolviendo problemas, procura no entrar en ellos”
Desde siempre, desde Caín y Abel, la “civilización”
ha estado enfrentada,
dividida, peleando, guerreando. Es de resaltar que muchos afirmen, como lo hizo
Alejandro Jodorowsky, que las guerras sean por dinero, sin importar lo que les
suceda a los demás, ni al planeta. Hemos perdido de vista que todos vamos en el
mismo barco, que vivimos en la misma aldea, y que lo que suceda en un lugar del
mundo necesariamente repercutirá en algún otro lado, para bien o para mal.
La esperanza está puesta en que cada
día aparecen nuevas personas que iluminan más que las que oscurecen la vida. Y
aún así, aún no ha sido suficiente. Debemos
sumarnos a las campañas en pro de la paz, de la concordia, de los milagros
reales, pues está más que demostrado que hacer la guerra, contra lo que sea, no
soluciona el fondo de los problemas creados por el hombre mismo.
“Y dijo Caín a su hermano
Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se
levantó contra su hermano Abel y lo mató”
Génesis 4
El
autor es Coach y Consultor en Dirección de Empresas.
Correo:
manuelsanudog@gmail.com
DR
© Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se
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